martes, 27 de abril de 2010

GRANADA, ECO AZUL


( es continuación...)

Hice de agrimensor pues levanté un plano con las medidas exactas de los tres rodales que tendría mi huerto, uno por habitación. Era preciso tener muy en cuenta el espesor y la altura de los zócalos. Esta etapa requería de cálculos tan precisos como los de Einstein a la búsqueda de su teoría unificada de los campos, que los físicos de hoy persiguen bajo el nombre de teoría de las supercuerdas. O algo así.

Conté con primor los veintiún días que siguieron a la luna nueva de enero. Llegado que fue el día prescrito, sumergí con unción la vieja semilla del árbol de la ciencia en un termo con agua caliente, que renovaba cada veinticuatro horas. Para las fiestas de la cruz de mayo la pepita había brotado: una raicilla por un extremo y un alevín de tallo por el otro.

Como en la vivienda de la familia el espacio a mí asignado era mínimo y promiscuo, decidí pedir ayuda a una japonesa que había venido a estudiar unos cursos de flamenco. Tenía un ático cerca en el Albaicín y era versada en zen. Me agencié en un chamarilero gitano un enorme macetón de barro toscano que había pertenecido al marqués de Esquilache. Pedí quedarme a solas la tarde noche en que procedí al trasplante de la semilla del árbol sagrado desde el termo útero hasta la rica tierra que había preparado en el gran tiesto. Seguí las instrucciones de mi tío el teósofo y todo salió según la naturaleza de las cosas santificadas.

Retomo mi oficio de geómetra medidor. La exactitud y el rigor eran inexcusables, pues las planchas de zinc que cubrirían el suelo a cultivar y protegerían el parquet de madera de mi vocación agrícola debían encajar al milímetro con las otras piezas del propio metal que, verticalmente, iban a recubrir zócalos, rodapiés y pared hasta sesenta centímetros de altura.

A finales de junio quise que mi bonsái sagrado, que ya medía dos palmos de altura, prosperase en mi cuarto de dormir, justamente cerquita de la ventana, que daba a mediodía. Se trataba de una suerte de transubstanciación. A fe que lo conseguí, pues en el último día del reinado de los virgo, cuando las para entonces cuatro cuartas del árbol de Bo volvieron al ático de Mamiko, la planta estaba hermosa y serena. Bien arraigada.

Empecé a ganarme la vida como leguleyo cagatintas, con gente poco divertida, si bien hubiera preferido regentar un casino o un burdel, inclinaciones ambas que cumplí años más tarde. He procurado que mi existencia no sea tan solo un episodio de la nada. La vida no obliga a nadie a ser una mierda. A evitarlo me ayuda la circunstancia de que mi época y yo no concordamos.

Cuando junté unos dineros, compré en Maracena un buen tramo de tierra de sembradura, adecuada para que mi arbusto del gran árbol de Bo pudiera crecer lo que quisiera. Hoy mide más de muchos metros y he logrado que mi árbol sagrado tenga la forma corporal del viento.

                                                             (no sé si sí o si no...¡tal vez sí, tal vez no!...)

4 comentarios:

  1. Manuel qué maravilla, me ha encantado. Me ha resultado entrañable desde el principio tu bella forma de redactarla. Cuando comenzaste a contar la historia en la otra entrada, lo que menos imaginaba es que iba a terminar así. Me ha encantado saber que ese árbol te sigue acompañando. Ese árbol es muy valioso, ha compartido parte de tu vida. Un beso grande querido Manuel y no tardes en editar la próxima, me encantará volver a leerte, disfruto haciéndolo.


    Pasate por mi casa, seguimos de feria, tomaremos una cata de fino, invito yo.

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  2. Estas historias son las que me hacen soñar y ver la vida con cierta ingenuidad...

    Bravo amigo

    Un abrazo con viento para tan sagrado árbol

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  3. ALMA, "ESO TENGO DE VOS, UN PUÑADO DE TIERRA" CANTABA EL POETA...YO SOY MÁS AFORTUNADO: DE TÍ TENGO UN CARIÑO LEAL Y CONSTANTE...¡GRACIAS!

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  4. MAITE: MIGUEL HERNÁNDEZ "...DEJO QUE EL ALMA SE ME VAYA POR LA VOZ AMOROSA DEL RACIMO" ¡TÚ ME DAS FUERZA PARA ESTE VICIO SOLITARIO...¡GRACIAS!

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